Abadejo de mallas, tu soneto,
Gabo amigo, no escrito y no pensado,
adolece de un rancio olor, pescado
del Suquía, nuestro río --cometo,
al criticarte, lo sé, el costumbrismo
de inventar en vos cierta enredadera
de palabras labradas en certera
métrica, rima y ritmo: animalismo--.
Y aunque nunca ejecutes el poema
ni lo intentes, sentado entre sandías,
como Ramón, el del tren; ni las frías
aguas antes citadas dicten tema
digno de ejecución; ya tu mochila
me dijo de tu deseo: ¡Sibila!
Córdoba, 15 de agosto de 1994.
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