La marca de ídolo cicatrizaba
la moneda que el joven abandonó en su fuga.
Tomaba formas de aluminio y base,
para lo cual utilizaba cirios
que no eran pomorscos. La flambeada
superficie del rostro de la imagen
empleó finos segundos
para la destitución de la mazurca.
En un terreno de ocres dictó a sus comisuras
una defensa atada,
y logró de las tribunas un cencerro
favorable a su diván de bronce.
Más tarde, en la oquedad callada,
sacó a relucir su palmo
y quedó extasiada: magro brebaje.
Córdoba, 16 de agosto de 1994.
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