(Imborrable su hacha.)
Desnuda de salterios, tomó las riendas
que colgaban, enardecidas, del lomo,
y las dirigió al ladrido
--la rienda era un espejo de lunares
que no separó su huida--.
Camino al monte, dictó de improviso
un cometa al coro que se iba,
y desde un álamo flotante
entonó la rueda a la atadura.
(Tejido.) Su voz acometía
contra el viento de salitre imperante,
fiel cuaderna de la carta rota.
Monte y parto. Sinagoga y fuego.
(Abandonó su lecho.)
Córdoba, 15 de agosto de 1994.
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